Con el estudio de algunas de las festividades de distintas culturas del mundo, desde grecia hasta egipto, pasando por asia y latinoamérica, podemos darnos cuenta de que las máscaras han sido parte importante de ellas. En grecia, se solian celebrar las bacanales, fiestas dedicadas al dios dioniso, en las que se bebia vino, se presentaban obras de teatro, se tocaba música y se daba una total entrega a los placeres de la vida. En estas celebraciones, asi como en las de otras culturas, se utilizaban las máscaras, que en un principio eran sinónimo de festejo y diversión, pero luego fueron adquiriendo una relación íntima con el secreto y el placer.
Luego, en el s. XVI se crean las mascaradas, influenciadas por estas fiestas bacanales. En este caso, la mascarada es una festividad cortesana que ha representado un papel importante en la vida de los libertinos, pues en ella las personas pueden disfrazar su rostro y ser alguien que no debe afrontar la realidad públicamente, sino escondido de los que acechan con ojos críticos. Aprovechando el uso de su disfraz, el libertino puede dar rienda suelta a sus deseos más básicos sin tener en cuenta, hasta cierto punto, las repercusiones de sus actos.
En "La filosofía en el tocador" de Sade, la Sra. De Saint Ange nos eplica que una mujer al estar casada, debe mantener sus relaciones sexuales con otros en secreto, y siempre mantener dichas relaciones como algo pasajero, es decir, no tomar amantes. Para este propósito recomienda pagar a los hombres o tener sirvientes que hagan lo que se les pida, pero una de las mejores ocasiones para dichos encuentros sexuales son las mascaradas. Éste es el ejemplo perfecto para explicar cómo la verdadera naturaleza de las personas sale a relucir cuando se cubre en el secreto. En público, la mujer casada juega su papel de obediencia y recato, pero la máscara le permite liberarse y revelar su verdadera persona.
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