lunes, 31 de octubre de 2011

Dos mujeres y un seductor.

El hombre dieciochesco, o mejor sería decir, el amante dieciochesco entendía que había dos mujeres en cada mujer: una es la dama de sociedad, la que está cargada de de virtuosismo, la indiferente a los halagos de los hombres y a los placeres del cuerpo; la otra es la que se deja llevar por sus inclinaciones, la que cede (aunque no con excesiva facilidad) a los encantos del amante, la que invierte sus horas libres en dejarse fascinar, frente a la comodidad de su almohada y la calidez de su cama, por los hechizos de la novela libertina.

Conocedor de estas dos mujeres, el libertino emprende, con plena confianza en sí mismo, el camino de la seducción. Sabedor de que tiene el éxito asegurado, la seducción se convierte en un juego para él; no cae en la desesperación, por el contrario, goza con los impedimentos que la dama le vaya colocando en el camino; estos obstáculos aumentan su interés, hacen que se tarea se convierta en arduo trabajo, pero logran que su placer sea mayor al obtener la anhelada recompensa.

La mujer (la mujer inteligente), por su parte, le va poniendo constantes trabas al seductor, pero no con el propósito de ahuyentarlo, sino con el fin de mantener el interés por el virtuosismo (novedad) que implica la seducción. La mujer desea ser seducida aunque finja lo contrario; en su corazón hay una lucha por huir y dejarse llevar, pero triunfa la inclinación a saciar sus placeres; sabe que hay peligros y, sin embargo, se deja llevar por la llama que enciende su corazón, dejándolos de lado y restándole importancia a sus posibles consecuencias.

Rennyer González.

Mecánica de las sensaciones y la metafísica experimental del alma
No se puede entender la Novela libertina sin el auge del materialismo que irrumpe en el pensamiento francés desde el siglo XVII y adquiere forma en los gustos y la moral del siglo XVIII. Según el filósofo Michel Onfray  en su libro Los ultras de la Luces (2010) el materialismo es uno de los rasgos más resaltantes de los filósofos radicales, conjuntamente con el ateísmo, el hedonismo y el ideal revolucionario.  La razón natural del presbítero Jean Meslier, El hombre máquina y el arte de gozar de La Mettrie y el utilitarismo de Maupertuis, Helvecio y D’Holbach van a construir un discurso que podemos resumir en los siguientes enunciados: Dios no existe cuando se pasa por el crisol de la razón. Por tanto, no dependemos de  la providencia[1]sino de causas materiales o mecánica de las partículas, lo que elimina el libre albedrío. De esta forma el placer y el dolor son los movimientos naturales que conducen nuestras acciones. De ahí que se debe reivindicar los placeres, la voluptuosidad, la felicidad: “el cuerpo convertido en máquina se alimenta de energía jubilosa: démosela sin complejos”. Bajo las licencias que le da la inmaterialidad de la escritura, el materialista Silfo advierte “Sus perpetuas proclamas contra los placeres demuestran menos el odio que sienten al verse privadas de ellos por una vanidad mal entendida (110 p)
Uno de los “ultras” materialistas más populares, y en consecuencia perseguido, fue Julie Offrey de La Mettrie. Cuenta que revisando los delirios producidos por las heridas de guerra descubre que las imágenes del alma son consecuencia de los síntomas del cuerpo. Irónicamente, la ensoñación lo llevó a reafirmar la materialidad de las cosas.
Para La Mettrie, el filósofo es aquel que desecha los prejuicios y busca la verdad. El médico es el mejor filósofo porque utiliza la observación como método epistemológico. El “ultra” de Saint-Malo empieza su escrito dividiendo el pensamiento entre los materialistas y espiritualistas. Estos últimos consideran que alma es una sustancia diferente a la materia que además se organiza gracias a un poder metafísico, llámese Dios o razón o la razón de Dios. Los primeros, por el contrario, utilizan la experiencia para darse cuenta que la verdad está en la naturaleza: “sólo a posteriori, o tratando de desenmarañar el alma como a través de los órganos del cuerpo se puede, si no descubrir con evidencia la naturaleza misma del hombre, sí, al menos, alcanzar el mayor grado de probabilidad posibilidad sobre este tema”(p 50)
Siguiendo las ideas newtonianas, el hombre, entonces
[…]es una máquina que monta ella misma sus resortes: viva imagen del movimiento perpetuo. Los alimentos mantienen lo que la fiebre excita. Sin ellos el alma languidece, se enfurece y muere abatida. Es una vela cuya luz se reanima en el momento de apagarse. Pero alimentad el cuerpo, verted en sus tubos jugos vigorosos, licores fuertes: entonces, el alma, generosa como ellos, se arma de un orgulloso coraje, corre hacia la muerte alegremente al toque de los tambores […](p.55)
Esta cita nos demuestra que el hombre no se diferencia  físicamente de los animales. La diferencia fundamental está en el lenguaje y la imaginación. Ambos dones son producto de la materialidad de otro órgano: el cerebro. Más desarrollado en los humanos. La Mattrie realiza una breve taxonomía a partir de los animales que más se acercan a los hombres. Estos se mueven como los animales para satisfacer su cuerpo. La materia lo determina culturalmente. La educación los prepara mejor o peor para satisfacer sus necesidades y alejarse del displacer. Dice el médico de Federico II, “No limitemos los recursos de la naturaleza; son infinitos, sobre todo cuando se les ayuda con gran arte”: La educación nos da la organización necesaria para entender nuestra naturaleza y generar su alimento. La naturaleza nos ha formado para ser felices. Nadie es malo por naturaleza, el hombre como los animales buscan su beneficio y por eso se conservan unos con otros.
La virtud está subordinada a la materia. Ser feliz es buscar el placer porque la existencia nos somete a una temporalidad del nacer y el morir. No hay más allá que la propia voluptuosidad del instante en que nos placemos.





[1] Según el Diccionario de religiones de Royston Pike (1951) “la providencia es la protección y cuidado que Dios ejerce sobre todas sus criaturas, a veces, la palabra designa a Dios mismo”

lunes, 24 de octubre de 2011

Aproximación a la recepción de la novela libertina a partir de El Silfo de Crebillon fils
La novela libertina lleva en su calificación la dualidad entre libertad del espíritu y libertad de las costumbres. Según Marc André Bernier (2001) los textos del nuevo género reúnen “estudio filosófico y representación del cuerpo, saber y voluptuosidad, indocilidad del deseo e indolencia de la razón”.
Por otro lado y para contribuir a la ambigüedad de las ediciones, ninguna “novella” se anuncia como libertina. Por el contrario, los títulos aluden a lo mitológico, a lo esotérico (muy propio de la recuperación hermética de ciertos círculos intelectuales) o a lo exótico oriental - muy en boga en el siglo XVIII y XIX -y, frecuentemente, a las fantasías oníricas. Un ejemplo es el relato Le Sylphe (1730) que alude a los espíritus del aire de los cabalistas y del que el personaje Fausto hace alarde. Estas nominaciones acrecientan el carácter irreal o literario y, además, disfrazan al autor libertino. En El Silfo la narradora  le dice a su interlocutor femenino:
[…] sí, señora, sueños, pero los hay cuya ilusión supone para nosotros una felicidad real y cuyo halagüeño recuerdo contribuye más a nuestra felicidad que esos placeres habituales que se repiten sin cesar, y que nos pesan en medio incluso del deseo que tenemos de disfrutarlos […]
Más adelante agrega: “Es un sueño; sólo os contaré mi aventura bajo ese supuesto, hay que cuidar de vuestra incredulidad”
Datos metatextuales que configuran la noción de Novela en el siglo XVIII y las condiciones de su recepción. Es bien sabido que a finales del siglo de la luces, hay una necesidad de expresar la experiencia de la sujetividad y la empatía sobre las vivencias de la intimidad individual: la mujer, generalmente circunscrita a su oficio de clase, expandía su universo en el mundo no tan beato de los libros. De allí la importancia de la novela sentimental (Pamela o Clarissa o Nouvelle Helöise) y de la novela de corte erótico. También este tipo de elementos metatextuales hablan de una sociedad que vende una razón liberadora en contradicción de con un discurso represivo cuya única fuga está en los textos ficticios. Llama la atención lo que señala Reinhard Wittman sobre la lectura dieciochesca: “El público lector femenino gustaba también de la lectura en la cama...” subrayando el carácter ocioso de la lectura en oposición a la lectura erudita o culta. Esta lectura de novelas era considera inútil. Kant la juzgaba como lecturas de la inmadurez. No obstante, hay que resaltar las intenciones de autonomía con respecto al mundo que ya se perfilan en la concepción de lo literario: La literatura no es mímesis de valores trascendentales, sino representación humana, demasiado humana. La Encyclopédie define la novela como historias de amague de aventuras amorosas, donde se respira la galantería. En pocas palabras, las novelas son para el consumo privado, de lo privado, en la privacidad.
En las portadas de esta ediciones se colocaba una tiponimia allende a la fronteras francesas para darle mayor exotismo y liberarse así de la estricta  censura de la Inquisición. Ahora bien y como señala Bernier,  si bien la cesura hacia los libros, librero y editores era vigilada con celo, no estaba exenta de contradicciones. Ejemplo de ello era que la policía de reino arrestaba a los autores licenciosos como Jan Lacasse y su Portier des Chartreux (Portero de los Cartujos) y se encontrarse un ejemplar en la capilla del Rey en Vesalles. Esto que confirma la empática paradoja y, como consecuencia, la protección de este tipo de género por parte de la aristocracia. Fenómeno que no tiene nada de extraño cuando lo modos de ser y de hacer, representados por este tipo de literatura, son eminentemente cortesanos.

lunes, 17 de octubre de 2011


El sentido pendular de libertin

La palabra libertin está signada por la ambivalencia. Por un lado, alude a la libertad y autonomía, condición indispensable para salir de la minoría de edad y lograr el blasón de ilustrado ( Kant dixit). Por otro lado y en el contexto moral y literario dieciochesco, la palabra apunta a una figura licenciosa.
Paul Valery en Visiones sobre el mundo actual (1960) ensaya:
En Roma hay dos acepciones de los hombres libres: si hubieran nacido de padres libres, se les llamaba "ingenuo"; si fueron puestos en libertad, se les decía, "libertinos". Mucho más tarde se llamó "libertinos" a los que afirmaban que habían liberado su forma de pensar y, pronto, este hermoso título estaba reservado para aquellos que no conocieron las cadenas del ordenamiento moral.

Como dice Marc Andrés Bernier (2001)- a quien debemos estas notas- la palabra libertin, desde el Siglo XVI, se mueve semánticamente entre la libertad del espíritu o pensamiento y la liberación de las costumbres. De hecho podemos ver la sinonimia entre el término libertino y otros como “affranchi”(liberado) de los Antiguos, “sectaire” (secatario) en el Siglo XVI, “esprit fort”(librepensador) del Siglo XVII y “débauché”(libertino).
Al respecto, John Stevenson Spink, en su libro French Free-Thought from Gassendi to Voltaire (1960) dice:
A mediado del Siglo XVI, se designa bajo el nombre de “libertin” una secta protestante […], pero no es posible vincular el uso antiguo del término con la acepción generalizada en el Siglo XVII […] Des de sus orígenes, por tanto, los adversarios de libre pensamiento asumieron que libre pensamiento procede necesariamente de una vida libre de limitaciones.

Gerhard Schneider (1970) habla de la aparente contradicción en el siglo XVI de la palabra libertino, entendida como librepensamiento y, además, como conducta liberada, pero sin dejar de acentuar el carácter peyorativo. De hecho si se revisa filológicamente su origen, vemos que Ronsard- integrante de La Pléyades neoclásica- se refiere a Horacio como hijo de un libertinus, bajo y lento. También, los traductores de la Biblia al francés del año de 1530 hablan de “Sinagoga de libertinos”, entre los que disputaban con San Esteban en el Capítulo 6, versículo 9. Igualmente, un Calvino en su Breve introducción para armar a todos los fieles buenos contra los errores de la secta anabaptista (1544) señala en el subtítulo que la obra se dirige contra la secta de los libertinos quienes son acusados de estudiar más de lo que debe saber, y en consecuencia, de trastocar la libertad cristiana en licencia de la carne.  Un ejemplo de ello lo tenemos en maridos que profanan los preceptos matrimoniales, tratando las mujeres como bestias, llevados por la curiosidad intelectual. En el siglo XVI un libertin era un hombre de baja extracción o un incrédulo dentro de las guerras religiosas que marcaron tal época. Para Calvino, la libertad de espíritu significa anarquía o una forma negativa de libertad.
Esta sectas que racionalizan la religión fueron libertinos que en la medida en convirtieron en acto de fe la actividad humanística. François de La Noue en su libro Discurso político y militar de 1587 suaviza la definición de “libertin” como aquella gente de vana filosofía que enlaza la felicidad a las cosas sensibles y corporales. De esta manera se va a manejar la acepción en el siglo XVII. Atomista como Gassendi  y su Cofradía de la Botella y los textos blasfemos del Barón Du Blot hacen una crítica positiva de la religión y abogan por una poesía libre.
Garasse en 1623 señala con exactitud lo que sus contemporáneos conciben como libertin:
Los libertinos son moscas de tabernas, espíritus insensibles a la piedad, que no tienen otro Dios que la barriga, que se enrolan en la Cofradía de la Botella…también son conocidos como aprendices del ateísmo.

Garrase también señala que son amantes de la bella letras y bufones, hijos de Rabeleis. Esto quiere decir que el siglo XVII mantiene la visión pendular de libertad como inmoralidad.
Los diccionarios de la época relacionan libertinaje con epicureísmo, sensualidad, licenciosidad, lo disoluto, desarreglo de la vida, el desorden, una de la especies de ateísmo. Garasse puntualiza que los libertinos cerraron los ojos de los epicúreos para saciar brutal voluptuosidad, como cerdos en el barro, con el pretexto de que nuestra alma es mortal.
En el famosos diccionario de la Academia francesa de 1694 se define el libertinage como el estado de una persona que testimonia poco respeto por la cosas de la Religión. Se entiende como Debache y mala conducta.
Al entrar al siglo de la luces, hay una desactivación del elemento subversivo del término. Eros y la filosofía se declaran incompatibles. Por un lado está el ilustrado que bajo la libertad utiliza correctamente la razón y, por otro, está aquel que utiliza mal la razón para justificar la inmoralidad del espíritu y de la carne. Aquél que busca la verdad dentro del marco de las buenas costumbres y bajo la legitimación de la razón de todopoderosa de dios es aquel que puede andar libre iluminando el porvenir. El otro o el mismo , pero con el resguardo de la clandestinidad, es aquél que escribe, manifiesta o expresa mediante libelos no sólo su ateísmo, sino sus ideas subversivas sobre la política, la estética y la moral. El libertino es aquel que usa la razón de manera exótica para acentuar el gusto individual y, generalmente, aquel que convierte hedonismo en principio de vida.