lunes, 24 de octubre de 2011

Aproximación a la recepción de la novela libertina a partir de El Silfo de Crebillon fils
La novela libertina lleva en su calificación la dualidad entre libertad del espíritu y libertad de las costumbres. Según Marc André Bernier (2001) los textos del nuevo género reúnen “estudio filosófico y representación del cuerpo, saber y voluptuosidad, indocilidad del deseo e indolencia de la razón”.
Por otro lado y para contribuir a la ambigüedad de las ediciones, ninguna “novella” se anuncia como libertina. Por el contrario, los títulos aluden a lo mitológico, a lo esotérico (muy propio de la recuperación hermética de ciertos círculos intelectuales) o a lo exótico oriental - muy en boga en el siglo XVIII y XIX -y, frecuentemente, a las fantasías oníricas. Un ejemplo es el relato Le Sylphe (1730) que alude a los espíritus del aire de los cabalistas y del que el personaje Fausto hace alarde. Estas nominaciones acrecientan el carácter irreal o literario y, además, disfrazan al autor libertino. En El Silfo la narradora  le dice a su interlocutor femenino:
[…] sí, señora, sueños, pero los hay cuya ilusión supone para nosotros una felicidad real y cuyo halagüeño recuerdo contribuye más a nuestra felicidad que esos placeres habituales que se repiten sin cesar, y que nos pesan en medio incluso del deseo que tenemos de disfrutarlos […]
Más adelante agrega: “Es un sueño; sólo os contaré mi aventura bajo ese supuesto, hay que cuidar de vuestra incredulidad”
Datos metatextuales que configuran la noción de Novela en el siglo XVIII y las condiciones de su recepción. Es bien sabido que a finales del siglo de la luces, hay una necesidad de expresar la experiencia de la sujetividad y la empatía sobre las vivencias de la intimidad individual: la mujer, generalmente circunscrita a su oficio de clase, expandía su universo en el mundo no tan beato de los libros. De allí la importancia de la novela sentimental (Pamela o Clarissa o Nouvelle Helöise) y de la novela de corte erótico. También este tipo de elementos metatextuales hablan de una sociedad que vende una razón liberadora en contradicción de con un discurso represivo cuya única fuga está en los textos ficticios. Llama la atención lo que señala Reinhard Wittman sobre la lectura dieciochesca: “El público lector femenino gustaba también de la lectura en la cama...” subrayando el carácter ocioso de la lectura en oposición a la lectura erudita o culta. Esta lectura de novelas era considera inútil. Kant la juzgaba como lecturas de la inmadurez. No obstante, hay que resaltar las intenciones de autonomía con respecto al mundo que ya se perfilan en la concepción de lo literario: La literatura no es mímesis de valores trascendentales, sino representación humana, demasiado humana. La Encyclopédie define la novela como historias de amague de aventuras amorosas, donde se respira la galantería. En pocas palabras, las novelas son para el consumo privado, de lo privado, en la privacidad.
En las portadas de esta ediciones se colocaba una tiponimia allende a la fronteras francesas para darle mayor exotismo y liberarse así de la estricta  censura de la Inquisición. Ahora bien y como señala Bernier,  si bien la cesura hacia los libros, librero y editores era vigilada con celo, no estaba exenta de contradicciones. Ejemplo de ello era que la policía de reino arrestaba a los autores licenciosos como Jan Lacasse y su Portier des Chartreux (Portero de los Cartujos) y se encontrarse un ejemplar en la capilla del Rey en Vesalles. Esto que confirma la empática paradoja y, como consecuencia, la protección de este tipo de género por parte de la aristocracia. Fenómeno que no tiene nada de extraño cuando lo modos de ser y de hacer, representados por este tipo de literatura, son eminentemente cortesanos.

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