El erotismo y la muerte
Una lectura atenta del Simposio platónico nos define lo erótico en su relación con la muerte y el conocimiento. A partir de la verdad se supera el odioso devenir del cuerpo. Sin embargo, no podemos circunscribir la muerte a fin de la vitalidad. Más bien, la muerte es entendida como aquello que es perecedero: los conceptos, los sentimientos, la luz y el sol.
Dice el poeta jónico Anacreonte:
¿A qué me instruyes en las reglas de la retórica?
Al fin y al cabo, ¿a qué tantos discursos
que en nada me aprovechan?
Será mejor que enseñes a saborear
el néctar de Dionisios
y a hacer que la más bella de las diosas
aun me haga digno de sus encantos.
La nieve ha hecho en mi cabeza su corona;
muchacho, dame agua y vino que el alma me adormezcan
pues el tiempo que me queda por vivir
es breve, demasiado breve.
Pronto me habrás de enterrar
y los muertos no beben, no aman, no desean.
II
De la dulce vida, me queda poca cosa;
esto me hace llorar a menudo porque temo al Tártaro;
bajar hasta los abismos del Hades,
es sobrecogedor y doloroso,
aparte de que indefectiblemente
ya no vuelve a subir quien allí desciende.
Lo erótico es un intermediario cruel que formaliza lo que se escapa de las manos. Hace continuo, lo discontinuo; así sea un canto la materialización de ese desgarro. Si lo erótico es somático, entonces es discontinuidad que se deteriora con el paso inexorable del tiempo, por eso se trasciende con la imagen imperecedera de la divinidad, las verdades eternas. De ahí, la necesidad del precepto, de las ascesis que garantice el camino de perfección que subordine lo que se convertirá en pasto de gusanos; pero si entendemos lo erótico como lo continuo, entonces es inevitable que la intrascendencia de lo físico se conjure con el trascendentalismo del cuerpo del lenguaje. Con el lenguaje y sus normas, se le da cuerpo al misterio. De ahí que hablar del amor no escapa de la metaforización de la nada.
Por otro lado, el sexo nos permite preservar la especie y superar la muerte; pero el sexo es animal. Para superar nuestra naturaleza instintiva, le damos al sexo, razón de ser y la única manera de diferenciarnos es con el lenguaje. El sexo se vuelve lenguaje, materia que dice y que crea lo que sin ella, solo fuera olvido. La signatura sin memoria. Ahora bien, nuestra animalidad y todo lo que representa, se vuelve siniestra con el lenguaje como médium de lo que debe y no debe aparecer. Ya Freud en su famoso ensayo, definía lo Umhilich como aquel miedo familiar que ocultamos en el inconsciente y sale a la luz como algo abyecto. La muerte le sienta bien al cuerpo que le oculta. Deviene de esta forma lo erótico como retórica
Ahora bien, en un proceso creciente de metatextualidad, la retórica termina por representar lo que el lenguaje develaba u ocultaba del cuerpo. Hay una retórica alta y otra baja. La alta se carga de afeite que ocultan lo bajo con las figuras alusivas del discurso ¡ Oh llama de amor viva! Gracias a los dioses: Dice Godard D’Acourd en Themidore : “El capote con que iba cubierto lo enmascaraba a la perfección” hasta el punto que el cuerpo enamorado sólo se reconoce en esos adornos. Lo demás es vulgaridad, es Selene, maestro de Dionisios, con su ambigüedad y abdomen abultado y escatológico. ¡Cuidado! lo pornográfico es enemigo de lo erótico. No hay nada más parecido que el Dinisiosios despedazado y desmenbrado que la la acción de los genitales en un film como Deep throat ( 1972) o de un texto de Sade.
Mientras la novela libertina se parece a las pinturas de Francois Boucher:
Sobre un altar sencillo por su construcción y hecho de madera de mirto se elevaban varios cojines enormes de seda y algodón; un velo de fino lino cubría la superficie del altar y una alfombra de tafetán de color rosa calado con lazos de amor, y enrollada en una de sus extremos, esperaba a que quisieran emplearla para cubrir alguna ceremonia. Con una vela en la mano me acerqué a ese respetable lugar. La propia Rozzette se había colocado sobre el altar, y sus manos estaban unidas sobre su cabeza, sin presionarla. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta para pedir alguna ofrenda: un rubor natural y lozano cubría su mejillas, el céfiro había acariciado todo su exterior; una muselina transparente cubría la mitad de su pecho, y la otra mitad se mostraba con descuido a las miradas; por un lado estaba permitido el examen y, por el otro, bajo la apariencia de estar prohibido, se volvía más excitante.
A diferencia de esta otra de Apollinire en las once mil vergas (1906-07)
Cuando hubo llegado a la puerta del viceconsulado de Serbia. Mony meó largo rato contra la fachada y luego llamó: vino abrirle un albanés vestido con unas enagüillas blancas…El vicecónsul Bandi Fornoski estaba completamente desnudo en el salón. Tumbado sobre un muelle sofá, se la meneaba vigorosamente; junto a él estaba Mira, una morena montenegrina que le hacía cosquilla en los cojones. También estaba desnuda, y, como se hallaba inclinada, su posición hacía resaltar un hermoso culo, muy rollizo, moreno y velloso, cuya fina piel estaba a punto de desgarrarse de tensa. (p 11)
El cuerpo erotizado en una retórica es como el cadáver expuesto de una santa, o una reina, o una puta, vestidas con sus atuendos que la caracterizan en sus roles. Adornadas para la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario