miércoles, 16 de noviembre de 2011

Pecando de gula


Estamos plagados de defensores de falsas libertades en una búsqueda falsa de bienestar absoluto (como los green peace en defensa de todas las matas y sus sentimientos), o que te venden como absoluto, modelos, lo que es una buena estrategia publicitaria. También estamos plagados de ese conservadurismo moralista, civilizatorio, caduco pero ambiguo que no deja de ser una forma beneficiaria de instituciones que se lucran engañando a la gente sobre salud, enfermedad, ética y estética bajo palabras del estilo: fe, patria, pueblo, amor y bienestar. A tales instituciones poco les importa la libertad pero la profesan como máquinas repetidoras. Alegando tantas cosas… Como ocurría con el siglo XVIII estos tiempos que corren lastran un montón de paradigmas que pertenecen a la modernidad y no juegan el mismo papel que antes; el mismo papel que en la modernidad. Por un lado, sabemos, se siguió un camino que llega a desmentir a Dios, la fe y que desmantela el eje de poder clerical, clasista y nobiliario. Los libertinos y los ilustrados pusieron su marca y determinaron la cumbre, y no por mucho, el final de una época. Establecieron incluso sus nuevos dogmas y esa nueva costumbre que era principiar por la moral del buen vestir, a la europea o americana para los que venían a este lado de la tierra. Ya terminando el siglo XIX la enciclopedia es un culto de prestigio, incluso en el XX, hasta hace poco, pero tienen ya detractores que encuentran otras formas de acercarse al conocimiento. Matar las viejas maneras, sustituir ese mundo teofílico por el de la razón (quizá más lujoso); seduciendo con un paradigma que tenía ya cierto tiempo construyéndose. El paradigma moderno demarca una época de corsés, sofás y adornos barrocos, prostíbulos y crisis políticas de corte actual. Un boom. El sostén y cimiento de muchas de las pestes y bondades que le siguieron. Por otro lado, estaba la intención moralizante de constituir un corpus ético de lo debido y lo prohibido, constriñendo con lo religioso lo carnal en algo maquinario, reproductivo, que con alguno que otro detalle era el legado a la modernidad de los medievales. ¿Cuál es el papel de la modernidad en este siglo? Hay mucho que decir sobre tal incógnita, se ha dicho mucho, libros enteros de miles páginas, pero... En lo que a mí respecta este principio de siglo (siglo XXI) es una época tan crítica y enferma, de salud o enfermedad, como aquella no tan remota época (siglo XVIII). Las crisis ponen un punto final, permiten que el cambió termine de tomar su ruta, su forma. Renuevan. Para poner un ejemplo de modernidad en el tope de la pirámide miren a Robespierre. Pleno siglo XVIII. La revolución. Seguro se guillotinaba el pito si asomaba la cabeza. Y murió decapitado. Qué otra forma de morir puede ser así de inclemente. Qué más hipócrita que Robespierre defendiendo a un Dios igualmente inexistente, la razón. ¿A qué vengo…? Veamos. La herencia de la modernidad en un contexto industrializado, globalizado y manejado casi por completo por las estadísticas se ve en la publicidad. Por otro lado en la red. Habiendo nosotros heredado eso que los libertinos utilizaron y desgastaron hasta sus últimas consecuencias en la literatura, desde la palabra seducción: la manipulación de intereses. Y es que los métodos de aproximación a la sociedad que utilizan los del oficio publicitario, pregoneros del dinero, el lujo y la comodidad, es el discurso de un Casanova (un italiano feo y apestoso que usa máscaras, habla muy bien, escribe muy bien, defiende una moral conservadora y al mismo tiempo visita burdeles y conventos desvirgando monjas y cogiendo putas). Nos legaron aprender a lo largo de la historia que la verdad la maneja el poder y que el poder reside en un algo ilusorio que es el intercambio. Con el papel, muy fuerte, que maneja el interés mercantil y político. Heredamos como motor de estos tiempos la «seducción» bajo el imaginario de las máscaras o el imaginario libertino, desde lo falso, lo que pretende, la máscara. Cuando apenas todo estaba explotando entonces. Ahora la maraña del conocimiento y lo que le subyace es implacable y mucho más enrevesada que antes. Lo que aplicaba a cierta clase social, con la literatura y otras pastillas subversivas se transpuso a diversos entornos… Dele diversas aplicaciones al ingrediente seductor y entonces se entiende que el manejo de los intereses basado en estereotipos (frases, modelos y demás que pretenden acomodar a la gente, todo desde el marketing) es una forma moderna de seducción. Y la misma aplica para todo, capitalizando. Tome en cuenta, lector, que todo, o casi todo puede verse (perspectiva) desde el cuerpo, la carne; aparato de placer, salud, bienestar en general. La salida natural es vender y comprar (o en su defecto venderse y comprarse) el cuerpo, o el placer del cuerpo, precisamente porque así es el modo en que nos presentan los qués y cómos de cualquier objeto, pero no como es sino como desea ser visto. De ahí la tendencia general a que en los comerciales de cualquier cosa se utilicen desde abdominales y calzones que marquen el pito hasta unas tetas escotadas y un culo en traje de baño de hilo para promocionar pasta de dientes, como parodiaba el cómico Donoso en uno de sus shows. El culto al cuerpo. En el que se busca complacer eso que mencioné que dice llamarse el bienestar (de corte económico-social), o el hedonismo. Entonces la salud, la enfermedad, la locura y el Internet, donde falseamos la identidad a nuestro beneficio, promocionando lo que deseamos que miren en nosotros. Es así como el mercado nos juega su coartada. En algún lado deben comprarte. El amado vende su deseo y la amante compra dicho deseo con su cuerpo, se deja seducir y seduce, un poco en términos de paradoja. Si no pides que te compren en el metro pidiendo plata, haraposo y maloliente, lo pides desde la cumbre en una valla que anuncia tu ser y existencia: vales lo que produces. Alimentas, desde principios modernos que aún se enseñan, el modelo de estatus económico y académico (que deriva, pienso yo, en la burocracia). Neoclásico o libertino, subvertir tal modelo con un antifaz. Por supuesto no podría faltar que además heredamos la razón. Junto con ella (y los ilustrados, neoclásicos), posteriormente, la inclinación desproporcionada hacia la ciencia y el progreso por el cual muchos basan lo que hacen.

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La idea de progreso, con su genialidad detractora, nos arrebata lo poco que nos queda de violencia (unas pocas libertades animales) violentando lo poco seguro que tenemos en nuestra intimidad. El mejor ejemplo de ello serían algunos países o lugares de dichos países que se tornan insoportablemente cuadrados, esquemáticos, ordenados: Suiza, Finlandia, por ejemplo. Países semiperfectos donde el desarrollo social y científico, productor está en la cumbre. En donde si bajas el escusado a las once de la noche y por mala suerte tienes un vecino insoportable que no tolera el ruido te manda la ley para que cumplas con el silencio sepulcral que se desea para la comunidad. En donde también las tazas de suicidio son algo elevadas… hay que matar la rutina, o la sensibilidad en algunos casos. La violencia pasa a ser censurada, castigada y podría decir que está muy bien, fino… pero hasta dónde. Un poco de ruido no mata, y lo que no mata engorda. Algunas instancias pretenden paliar los placeres básicos: sexo, sangre (como ver una pelea de gallos), ruido, droga, castrándolos legalmente. No digo que nos matemos a ras a tabla y el mundo se convierta en un despeñadero. Simplemente me limito a mencionar un poco de lo que nos nutrimos, orden y caos, y a desmembrar la analogía entre este tiempo, que algunos llaman posmodernidad, con esa modernidad por la cual evolucionamos a lo que somos hoy.
Todo lo que dentro de un sistema caduca y se envicia busca la ortodoxia. Un ejemplo sería la academia, eje de poder, ombliguista, farragosa cuando habla sólo por sí misma y no por lo que la rodea, muchas veces sin respetar el desarrollo natural de una lengua o el arte, en el caso de la crítica. Desarrollo animal, bruto. Más todavía La Universidad (la Universidad moderna que se ha perpetuado como institución). Que ya no es nada universal y que además se ha vuelto en muchos países el instituto técnico más valorado en el campo laboral, haciéndose no una Universidad sino una necesidad burocrática de la sociedad. Una universidad hoy en día puede ser más cercana a un circo que a una Universidad. Las contracaras del mundo (políticos, religiosos, admiradores de Justin Bieber, moralistas, veganos, drogadictos, putas, eclécticos y mucha gente que está difuminada entre todo lo anterior) nos han llevado, como a imberbes de la mano, a estupideces tan grandes como la infame y seductora propaganda a Kony, el genocida, para apoyar una intervención (como muchas otras de índole petrolero) de EEUU en Uganda. Y hay gente que llora de amor viendo el video… Libertinos e ilustrados. Vemos cómo el mundo se nutre de crímenes mientras en los tribunales se juzga al mundo. La malsonante política, tan seductora, marketing, y el mercado, marketing, y sus matices, marketing, muy seductores. Invadiendo cada rincón del planeta ahora globalizado. ¿Qué admite la razón? Bajo el influjo de la razón todos pueden tener la razón. Ella lo admite todo y todo puede ser forzado a ella…
Divergir y converger. Lugares comunes sobre los que se mueve todo, del que hablan Borges (la historia), Bolaño (la literatura) e incluso un Cioran (la humanidad). Y se pide orden. Tecnócratas con la cara larga y bonachones. ¿Las formas de supresión no son sustituidas una y otra vez? Claro, las cosas no son ni tan feas ni tan bonitas, Sábato hablaría de ello hasta quemar su garganta. Me conformo con haber mencionado algunas.

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«Veo que, con la mente imbuida de las fantasías que ha contado el conde de Gabalis, creéis que podéis darnos la inmortalidad, es decir, que hacéis lo que la naturaleza no ha juzgado conveniente hacer […] ¿Es verosímil que una esencia superior a la del hombre necesite ser instruida por éste y pueda verse obligada a obedecerle?»
(Claude Crebillón: El silfo, 1730)
           
Crebillón hijo (siglo XVIII), en El silfo, como tantos otros en esa cumbre de la modernidad duda de la esencia, el ser de las cosas, y recurre a la conciliación entre la carne y el espíritu que Epicuro consagraba, dando a entender en cierta medida la necesidad de desobediencia, ficción y control por la que evolucionó el arte y lo que lo acompaña.
Seducir con chupetas a niños hambrientos. En tanto que las cosas nunca tendrán valor por sí mismas. Y a Cristo hay que ponerle precio, un despropósito bien pensado por los beneficiados. Son muy parecidas la novela libertina al discurso moderno, caduco, que mantienen muchos (como el gobierno venezolano actual, élites, academias, religiones, universidades): hay que dar ejemplo, capitalizar, socializar, amenizar, ilustrar, ‘el país avanza’, ‘ser ejemplos de intelectualidad’ y abrir burdeles y narcotraficar mientras se habla de moral. Como algunos académicos que con todo su derecho mandan a la mierda al mundo por escoria y luego se santifican como élites. No mueven un dedo. Blandos. Déspotas inamovibles que alimentan su ego como todos unos modernos. Con la verdad absoluta, enciclopédica, que les concede un puesto de trabajo. Pura charla como dicen aquí. Convencer y comandar debería ser el slogan. La mejor faceta del libertino es la que se sabe hipócrita abiertamente. Qué se le hace… esto es sólo un lastre como el de cualquier pasado que indaguemos, ahora hay otras cuestiones que tratar; por ahí hay hasta quienes viven del aire. Si Crebillón, mejor aún Casanova se pusiera estos zapatos con los que camina el XXI, con tanta hambre por ahí, no le sería difícil babear a ingenuos como nosotros por pecadores de gula: todos consumiendo sin parar. Consumiendo muchos modelos. Más democracia, demagogia, rebeldes y conservadores, ortodoxos excepto cuando aceptamos que no somos nosotros; al menos no del todo. Un ejemplo de ello el Internet, en arte el cine. La consciencia de ser falso. Ahora el meollo está en que vamos, fuimos, de la voluptuosidad a la comodidad, utilizando el mismo método de venta (es de suponer que hasta los comunistas deban mercantilizarse), abarcarlo todo sin que nada quede por fuera. Todos rondando al lado de la gran chupeta que el Silfo nos ofrece. Una vasta fantochada atestada de fantasías.
A pesar de tantas cosas nos seguimos rebuscando. Para ello mantenemos cierta distancia, escépticos. Dudar, refutar, contradecirnos. Apostar por un mundo que se nutre de bajos instintos, matándonos de peste ya no tan libertina. Descubriendo máscaras como Sade a sus personajes.

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