lunes, 14 de noviembre de 2011

esos medievales apolíneos


La seducción cuando abandona el terreno pasional, que el cristianismo llama dulcemente amor, se torna un juego de estrategia en el cual predomina el carácter racional, lo apolíneo. La idea de que el amor tiene dos caras está expuesta por Pausanias en el Banquete de Platón, lo interesante sin embargo, es que afirma que la categoría más elevada de Eros corresponde precisamente a la que está despojada de sentimentalismos pasionales. El verdadero amor es entonces, aquel que permite explotar los límites racionales de las pasiones humanas.

De la misma manera que la economía establece planes de acción para controlar los  comportamientos irracionales del consumidor, la seducción principia por disfrazar y esconder tras el velo del amor, un decálogo de acciones que finalmente controlarán al amado/consumidor. En la Edad Media a esta estrategia terminó por dársele el nombre de amor cortés, toda una serie  de preceptos que dirigían el juego de seducción.

En tal sentido, el mundo medieval parece como siempre mucho más claro de lo que pensamos, la idea de que el amor es sólo un compendio de acciones y características aristocráticas está mucho más próximo a la racionalidad de lo que pudiera pensarse. En primera instancia, el amor no es para todos, el amor verdadero es sólo un estadio que pueden alcanzar los más altos nobles de las cortes europeas, el resto de los mortales son sujetos que sucumben a los instintos animales y que sólo sirven para dar continuidad a la reproducción humana. Por otro lado, la idea de que el amor no aparece mágicamente, como tanto ha querido hacer ver el cristianismo, sino que es el producto de una serie de acciones nobles de grandes gestos sólo nos recuerda que se trata de un acto racional, la Edad Media en ese sentido era netamente apolínea.

La idea moderna del amor mágico, ha tergiversado la concepción platónica de almas gemelas, no se trata sólo de almas que se encuentran de nuevo en este mundo defectuoso, se trata de encontrar empatías en un juego de estrategias en el que se reconoce a su par, no por una mirada mágica, sino porque a través del diálogo, que es el más racional de los instrumentos de seducción.

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